Monseñor Luis M. Casey – Pedro Shimose – 19.12.2010
En el estado de Missouri, en Estados Unidos, hay una pequeña ciudad de 2.700 habitantes llamada Potosí. Fue fundada por el minero Moses Austin en 1799, en memoria de la ciudad boliviana, famosa por su cerro de plata. Missouri es un estado de 180.500 km2 (similar, en extensión, al departamento de Beni), con una población de seis millones de habitantes. Tierra de algonquinos y siuxs, fue explorada por el español Hernando de Soto (c.1500–1542), muerto a orillas del río Mississippi, descubierto por él. Como se sabe, este Hernando de Soto formó parte de la expedición de Pizarro que, desde Panamá, partió “al Sur, a hacerse rico”. Después del reparto del tesoro de Atahualpa, De Soto se peleó con los Pizarro y volvió rico a España, pero su espíritu aventurero le hizo retornar al Nuevo Mundo y desde Florida se internó hasta lo que hoy son Kansas y Missouri. La referencia hispana es manifiesta en ciudades llamadas De Soto, México, Bolívar y Potosí, pueblo natal de monseñor Luis M. Casey (Potosí, Miss., 23/06/1935), obispo del Vicariato de Pando desde hace 22 años.
Luis M. Casey estudió en la Universidad de Saint Louis (Missouri) y en el Kenrick Seminary de Saint Louis. Tres años después de ser ordenado sacerdote, eligió Bolivia como destino misional. Es plausible que, desde niño, el flamante cura de origen irlandés soñara con la Villa Imperial que hizo famosa la frase “¡Vale un Potosí!”, en alusión a la inmensa riqueza generada durante siglos por la explotación de la plata. En 1965 se plantó en Bolivia y estudió español y aimara en Cochabamba y La Paz.
Lo conocí hace 20 años, en Riberalta, y ya entonces le acompañaba la leyenda de su labor pastoral en el altiplano boliviano. Párroco en Viacha, obispo auxiliar de La Paz, vicario de El Alto y la zona norte del altiplano, profesor en el Seminario de La Paz, su obra apostólica nunca se desligó de la acción social. Fiel a su doctrina, se vio implicado en la defensa de los Derechos Humanos en tiempo de dictaduras y en 2008 no hizo otra cosa que seguir defendiéndolos. Condenó los enfrentamientos fratricidas en Porvenir y Cobija, y las persecuciones políticas en el departamento de Pando, su jurisdicción episcopal. Sin embargo, estos hechos de orden temporal no son lo más importante de su obra; son meros accidentes en su titánica obra pastoral por la que se le quiere y respeta.
Jovial y activo, a pesar de las dolencias que lo aquejan desde hace tiempo, viste de paisano. En mangas de camisa, trabaja por la salud espiritual y material de su feligresía. Habla del alma humana y de su salvación, pero no deja de preocuparse por la suerte de los pobres. Gracias a la caridad de los católicos de todo el mundo ha construido catedrales, iglesias, escuelas, colegios, centros catequísticos, unidades ambulantes de sanidad y coliseos deportivos en Cobija, Puerto Rico, Tumichucua, Riberalta y Guayaramerín, pero esto no es lo relevante de su legado. Lo importante es la firmeza de su fe cristiana que crece y se fortalece en la adversidad.
Después de 45 años de apostolado en Bolivia, mucho ha hecho este prelado por los indígenas, por los campesinos, por los siringueros y castañeros, por la educación de niños y jóvenes, la salud de los necesitados y la atención a los ancianos de la región, y mucho le queda por hacer. Enfermo de diabetes y con el corazón averiado por dos infartos, monseñor Casey sigue diciendo misa en este país muy suyo. Este potosino de Missouri que realmente ¡vale un Potosí!
Escritor